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Leemos cuentos de Pancho  
Ficha

Formato 14 x 20 cm – 64 páginas – Ilustrado – 1 color

Primera edición - 2009 Dirigido a los primeros años del ciclo de enseñanza, en él se realzan la educación, la bondad, el amor, la amistad, los lazos entre la infancia y la ancianidad, la paz, la familia… con el deseo de inculcar en las personas los valores éticos que nos acompañarán toda la vida. La obra de tapa y las ilustraciones interiores son de Mariano Martín El prólogo es de Pancho Aquino.

 

No juguemos más

-¡Papi, estoy contento!, dijo Carlitos, nos compramos un juego nuevo para la compu, que se llama “guerra virtual” y vienen mis amigos a jugar. Tenemos que diseñar dos pueblos, convertirlos en enemigos y luchar hasta el final. En mi equipo están Diego y Raúl y en el contrario Alexis, Ezequiel y el gordo bueno de Agustín.
Ya era muy tarde y todavía se escuchaban los ruidos de las bombas y los misiles, hasta que el silencio se apoderó del hogar de Carlitos y todos se fueron a dormir.
A la mañana siguiente los padres notaron que el niño tenía una mirada muy triste y como no quiso desayunar, supusieron que podía estar enfermo.
-¿Te duele algo?, preguntó la mamá.
-No mami, no me duele nada, pero me siento mal por el resultado del juego de anoche…
-¡Seguro que perdiste! dijo el papá.
-Todos perdimos, respondió Carlitos. Habíamos construido dos hermosas ciudades, con plazas, clubes, escuelas y hospitales; armamos puentes para cruzar sobre los ríos y hasta instalamos un aeropuerto; asfaltamos las calles, diseñamos una planta potabilizadora de agua y por último incorporamos los habitantes: abuelos, madres, padres, niños. Pero después de jugar no quedó nada en pie, al final sólo había humo, muertos, destrucción y entonces nos dimos cuenta de todas las cosas horribles que trae la guerra.
El niño, muy emocionado, no pudo hablar más y se puso a llorar desconsoladamente.
-Pero Carlitos, respondió el papá, sólo fue un juego, no te angusties tanto…
-No papá, no fue un juego, fue una visión de la realidad; a diario se destruyen ciudades, ilusiones, esperanzas, vidas humanas, niños inocentes, hasta los animales sufren. Lo que yo siento no es nada comparado con lo que soportan millones de personas todos los días, por eso nunca más jugaremos a la guerra, que es algo tan malo.
-Me parece bien, Carlitos, nosotros queremos verlos contentos y que se entretengan con juegos de niños, sin preocuparse por estas cosas.
-Papi, nosotros no sabíamos qué era la guerra, ahora que lo sabemos, solamente volveremos a sonreír cuando ustedes, los adultos, también dejen de hacer la guerra como si fuera un juego. Entonces, todos, todos los seres del planeta, con la paz como única dueña del mundo, ya no estaremos tristes, seremos felices para siempre.

Campo y ciudad

Una mañana, temprano, Don Agustín llegó a visitar a sus nietos, que viven en plena ciudad. Como él es un hombre de campo se sentía extraño entre tanta gente apurada y nerviosa, ¡era tan distinto a la tranquilidad de su pueblo!
Tocó el timbre en la entrada del edificio y una voz que salió de una rejilla le dijo:
-¿Quién es?
-Agustín, el papá de Roberto-contestó con recelo.
-¡Abuelo, qué suerte que llegaste! Cuando escuches una chicharra empujá la puerta y entrá.
Cada vez más confundido en su primera visita a la gran ciudad, el abuelo seguía las indicaciones y así llego al departamento. ¡Qué distinto era todo!
Mientras los chicos lo abrazaban, él no dejaba de observar.
-¿Para qué es esa caja?-preguntó.
-Es un horno a microondas, para calentar la comida.
Los chicos querían mostrarle al abuelo todo lo que tenían: el televisor plano, la computadora, una heladera inmensa color gris con formas aerodinámicas...
-¿Viste abuelo, te gusta? ¿Querés quedarte con nosotros?
El abuelo sonrió y no respondió.
-¿Dónde están sus padres?-preguntó.
-Fueron a comprar comida para el almuerzo, seguro que traen de lo más rico. Los voy a llamar al celular para avisarles que ya llegaste.
-Cómo, ¿no cocinan aquí?
-Y no, abuelo, no hay tiempo, los dos tienen que trabajar. Nosotros estamos casi siempre solos-dijo algo apenado el menor de los nietos.
-Y vos en el campo ¿no te aburrís abuelo?
-¿Aburrirme? No chicos, trabajo todo el día, ordeñando las vacas, para que ustedes tomen una rica leche, cuidando los trigales, que después serán harina y luego pan; atendiendo los animales y la quinta; si hasta les traje huevos y verdura fresca.
-¡Qué rico abuelo! Pero decime, ¿es feo ordeñar las vacas?
-Antes era mucho trabajo, ahora hay ordeñadoras mecánicas que hacen todo más rápido y limpio. La cosecha también es más simple, con grandes máquinas se hace todo en menos tiempo y de forma más prolija.
-Abuelo, yo quiero ir a trabajar con vos, es muy interesante saber que casi todo lo que consumimos viene del campo y que en las grandes ciudades se fabrican las herramientas para que sean más fáciles las tareas.
-Y sí chicos, es así, todos hacemos falta, el campo y la ciudad siempre deben trabajar unidos. Pero no crean que todo es trabajo, nosotros también nos divertimos. Luego de cumplir con nuestras tareas, nos reunimos a comer empanadas, a jugar al truco y cada tanto participamos de las famosas fiestas criollas, donde están presentes todos los que aman nuestras tradiciones. Porque es una fiesta para los argentinos, para los que trabajan, en el campo o en la ciudad, siempre pensando en el futuro de la patria.

Las zapatillas me quedan chicas

-¡No entran, ufa, qué rabia! Y cuando entran me hacen doler el pie-protestaba Julieta.
-¿Qué te pasa?-preguntó la mamá.
-Que estas zapatillas son muy chicas, son malas-rezongó Julieta.
-No, lo que pasa es que vos estás creciendo y muchas cosas te van a quedar chicas-explicó la mamá.
-¿Mi vestido azul también?
-Sí, tu vestido azul, tu camisón, tu cama…
-Entonces, ¿ya nada me va a servir?
-Sí, mi amor, todo te servirá, todo lo que vamos dejando atrás en la vida nos sirve para aprender y hacer las cosas cada día mejor. Guardá tus zapatillas y recordá cuánto jugaste con ellas y cuánto tiempo fueron tus compañeras.
Julieta levantó las zapatillas, las apretó contra su pecho y luego las colocó en su caja de cosas queridas, con una sonrisa de felicidad en el rostro.
Las zapatillas le quedaron chicas, porque ella ya es una señorita.

Soy tu bandera

Soy tu bandera y quiero que me mires con respeto
cuando digas: ¡Sí, prometo!, mientras ondulo orgullosa,
sabiendo que estudiando y trabajando me vas a defender.
No quiero ser arriada ni participar en guerra alguna.
Quiero que me protejas y me cuides
con tu amor, en paz.

Los chicos queremos…

Los chicos queremos…
 que mamá y papá nos mimen,
 nos besen
y nos digan cuánto nos quieren.
Pero también queremos y necesitamos
 que nos regalen
un poquito de su  tiempo
 para mimarlos,
acariciarlos,
darles besos con gusto a caramelo
y decirles
¡cuánto los amamos!

 

 

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